Para el observador neutral es entonces facil identificar quien de los presentes en una reunion ‘inglesa’ viene de la tierra de Cervantes. A riesgo de generalizar, los sintomas son los siguientes:
- Continencia verbal. En Inglaterra, uno aprende en seguida a no interrumpir – gran mania latina. El españolito es un manojo de espasmos y muecas, arruga el morro, se muerde el labio, mira al techo luego al vacio… apenas contenido para no interrumpir.
- Explosion. Al final interrumpe. Es inevitable. Un silencio de dos segundos abre la veda. Hablamos y se nos ve hasta la campanilla – dicen que un ingles cuando habla no se le ve la lengua; a nosotros hasta los intestinos. Gesticulamos; los brazos se mueven en todas las direcciones, lo que provoca cierta alarma entre los mas cercanos y algo de brisa para el resto. Por nuestro tono parece que estamos enfadados pero es simplemente un deseo de inyectar sangre.
- Desenlace. Se cierra la session y el ibero se levanta de la mesa como un resorte, comedidamente indignado, moviendo la cabeza en negacion y normalmente murmurando: “Ni idea, estos no tienen ni p*** idea…Vaya perdida de tiempo”.
Y no es por experiencia propia...
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