jueves, 29 de mayo de 2008

Por quién doblan las campanas

Esta bitácora languidece. Menos mal que ellas dan a luz, alimentan a la criatura y se inventan sobre la marcha el manual de instrucciones. Si fuera por nosotros, la parte masculina del asunto, la humanidad estaría extinguida a estas alturas.

Aprovecho la penúltima entrada de estas páginas para contar otra historia más de la vida misma.

Hacer unos días celebrábamos la despedida a un canario – de Las Palmas de Gran Canaria -, que ha hecho tres meses de mili por estos lares. El pájaro aterrizó aterido de frío en Febrero –cambios tan bruscos de temperatura no pueden ser buenos para la salud – y poco a poco fue conquistando su everest particular.

He relatado muchas veces las sorpresas que uno encuentra en el entorno multicultural. Me vienen ahora a la memoria algunas más. Por ejemplo, la de aquella colega francesa de origen ugandés, oronda licenciada más negra que el carbon, que rompió con su novio porque la familia le recriminaba que este era de la tribu equivocada. O la de una antigua compañera de piso de origen indio que veía a su novio blanco e inglés a escondidas pero que, por presiones familiares, acabó pidiendo que negocieran el matrimonio con un primo suyo.

Cuento esto porque las sorpresas también se deparan a título doméstico y fue refrescante saber que el isleño se maravillaba al ver el Támesis caudaloso o los trenes rápidos de cercanías, porque, joder, no hay ríos como dios manda o trenes de verdad en todas las partes del mundo, entre otras, en las Islas Canarias. No sabemos lo que tenemos en el continente.

El canario y su tesis doctoral a medio hacer empezaron ganando su jornal cortando pepinos y tomates en los destinos más variados. Al cabo de un mes y medio estirando su inglés en cocinas de poca solfa consiguió convalidar su título de profesor de enseñanza escolar, lo que le permitió trabajar como profesor suplente en los colegios de alrededor. Aquí los profesores enferman con frecuencia – y mejor que me calle, que esto daría para otro capítulo.

Con valor y arte torero, impartió clases de historia y de filosofía a los gorriones locales. Poco importaba que él fuera profesor de educación física, le decían los directores de las escuelas, mientras mantuviera el orden en la clase y no se le desmadraran mucho. Todo con mucho please y thank-you, claro está, no fuera a ser que se ofendieran los animalitos. Vaya hervidero de pequeños cabrones se está cocinando en este país, nos contaba.

Pero dónde vas, criatura, - le exhortábamos sus paisanos en vísperas de su retorno a las islas afortunadas - si ya has pasado lo más difícil, ahora que vas el viento de cola y con mucha carrerilla? Tiene válidas y variopintas razones para reemprender el vuelo aunque, en resumidas cuentas, se vuelve a casa porque vive de puta madre en su islote, que eso también cuenta.

Un gusto, Mr De Armas.