miércoles, 23 de abril de 2008

Ello Smith

Pasaba mi cuarto día en la maternidad del hospital de Reading cuando me topé con una pareja con la que coincidí en las clases prenatales pijas. Por cierto, a posteriori, tengo que decir que las enseñanzas impartidas sirvieron para poco (por no decir nada) porque llegado el momento me encontré con poco valor para explicar a una doctora, dos comadronas, una enfermera y la jefa de la planta, que la posición que adoptaba mi señora durante la faena no era la más idónea para un parto en comunión con la madre naturaleza y consigo misma. Si llego a abrir la boca, fijo que me habrían insertado los forceps por donde mi espalda pierde su casto nombre.

Les contaba que me encontré con una pareja conocida, quienes habían tenido su bebé el mismo día que nosotros aunque la criatura estaba un poco debilucha y bajo observación médica. Cómo se llama vuestro bebé?, les pregunté con genuino interés de padre primerizo. “Aún no tiene nombre”, respondieron. Y cuando os dirigís a él, cómo le llamáis? “Ello (It)”.

Por el amor de los caballeros del santo sepulcro y la virgen de la cuenca del Guadalquivir, pensé para mis adentros. Le llaman “Ello” al bebé. Parece el nombre de la nueva fragancia de Calvin Klein. El neonato va a tener que recibir tratamiento psicológico en cuanto pueda articular dos palabras seguidas.

Para mi sorpresa, no era el único caso en el hospital, así que llamé a Darren, mi wikipedia personal para usos, asuntos e idiosincracia británica. “No es que esté criticando vuestras costumbres, querido, - le dije - pero manda huevos esto de no poner nombre a los recién nacidos”.

Parece ser que eso es relativamente normal en este país, me explicaba. Unos esperan ver la cara del nuevo retoño para ver a quién les recuerda y ponerle nombre, algunos confían en la inspiración del momento, otros pocos no se preocupan por el asunto… En fin, “de aquellos polvos, vienen estos lodos”

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