- El apoyo de la pareja es fundamental durante el parto – me contaba entusiasmado otro embarazado en el descanso de las clases pre-natales.
- Ya – respondo monosilábico
- Tú vas a estar presente?
- Igual
- No serás de los que te desmayas en cuanto el tema se pone feo?
- Quizás.
“No sería la primera vez”, pienso mientras me vienen a la cabeza ciertos recuerdos. Trabajaba por aquel entonces como “experto” en un hospital privado irlandés y aquel día me encargaron “tomar notas” en el quirófano número 2. Allí estaba yo, cuaderno en mano entre las enfermeras, el cirujano y el anestesista, poniendo cara de enterao cuando no tenía ni puñetera idea de lo que estaba pasando. La belleza de ser “consultor”.
La operación era una artoscropia a una anciana. Había un monitor de televisión por el que el cirujano guiaba sus artes y no se veía una gota de sangre o un centrímetro de piel. Lo que avanza la ciencia, reflexionaba mientras seguía atento la película.
“Qué calor hace aquí”, me dije para mis adentros. Aquella sensación iba acrecentándose hasta que me dí cuenta que allí el único acalorado era yo y que mi cuerpo no respondía a las órdenes de mi cerebro. Me iba a desmayar. "No me jodas, acerté a decirme, que de esta te echan a la calle".
Tuve el tiempo justo para abrir la puerta del quirófano y caer de bruces inconsciente en una camilla que había en el pasillo. No sé cuánto tiempo permanecí allí, quizá diez minutos, hasta que una enfermera que pasaba por allí acudió a mi auxilio. Entonces entendí el origen de la expresión “verguenza torera”.
Me incorporé, atusé mi atuendo y empecé a balbucear: “Que me dejen solo, que entro de nuevo”. Decía esto y otras tonterías ininteligibles en mi lengua materna, según se contaba luego en los corrillos del aquel hospital. Solo me faltaba el capote, la espada y el torniquete aliviando la cornada. “Tú ven aquí, cordero, que te voy a dar un café a ver si recuperas el color mediterráneo original”, debió decirme aquella enfermera con cara mustia, como la de una madre soltera con hijos en el servicio militar.
Media hora más tarde entré de nuevo al quirófano, con el orgullo herido, ante las sonrisitas de todos los presentes. Eso sí, entonces viendo la película desde la puerta, que para qué iba a molestar allí tan cerca. Por meterme donde no me llaman.
- Y has decidido si vas a ser tú el que corte el cordón umbilical al bebé? - continuaba preguntando el pesado.
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