domingo, 27 de abril de 2008

Pasados por agua

Siempre hay una primera vez para todo en esta vida y aquel sábado lluvioso me encontraba limpiando los cristales de las ventanas del salón. Pero es que tú te has caido de un árbol esta mañana?, sentía que preguntaba la voz de mi conciencia.

Esperaba una visita social en un par de horas. Se trata de una pareja de amigos ingleses con la que teníamos más trato antiguamente (he dicho trato y no amistad? Me parece que llevo demasiado tiempo en este país) pero la comunicación había ido a menos. Debe ser porque nos quedamos al banquete de su boda sin haber sido invitados por un cúmulo de infortunios, y ella - siempre relamida, de maneras impecables y discurso groseramente educado - nunca nos lo ha perdonado.

La parejita de marras tiene un bebé de veinte semanas que brindaba la excusa perfecta para juntarnos en esta especie de reuniones-competición de padres primerizos y comprobar quién la tiene más grande, encontrar secretamente un defecto en la menuda parte contraria e intercambiar estupideces del estilo: “qué guapa está / hombre-por-dios la tuya aún más” “Calla-calla, que apenas me deja dormir / uy pues esta no te imaginas que noches me da” “Siempre está muy risueña / nos ha dicho el doctor que parece la más feliz del mundo.”

Además de limpiar las ventanas del salón, también tenía que quitar de la vista las cuatro tarjetas de felicitación que nos llegaron por la buena nueva. Ya expliqué en otra ocasión aquí cuál es mi teoría al respecto y no me apetecía soportar miradas indiscretas sugiriendo que solo teníamos cuatro amigos.

Y qué me dicen de los regalitos! No se les ocurrirá traernos unas lentajas con chorizo como hicieron Eduardo & Noelia, o un pastel de espinacas como hizo Asun. No, seguro que traerán un vestido rosa para el bebé. Qué divino. Como no me coma yo el vestidito con patatas fritas…

Ya habrán adivinado que estaba deseando ejercer de anfitrión en aquella miserable tarde. En fin – suspiraba. Voy a demostrar que los bárbaros extranjeros somos capaces de organizar una tarde de té con pastas - en vez de chorizo y tortilla de patatas - halagando al prójimo en lugar de criticarlo y controlando el orgullo paterno en cuanto la pequeña empiece a sonreir coquetamente.

Pero no todo suele salir según lo planeado.

Juro que no oímos el timbre. Parece ser que no tocaron una, si no tres veces. Unos minutos más tarde, al cuarto apedreo de la puerta, recibí al trío de invitados empapados hasta la médula. “Esto no empieza bien, pensé para mis adentros. Seguro que al bautizo no me invitan”.

miércoles, 23 de abril de 2008

Ello Smith

Pasaba mi cuarto día en la maternidad del hospital de Reading cuando me topé con una pareja con la que coincidí en las clases prenatales pijas. Por cierto, a posteriori, tengo que decir que las enseñanzas impartidas sirvieron para poco (por no decir nada) porque llegado el momento me encontré con poco valor para explicar a una doctora, dos comadronas, una enfermera y la jefa de la planta, que la posición que adoptaba mi señora durante la faena no era la más idónea para un parto en comunión con la madre naturaleza y consigo misma. Si llego a abrir la boca, fijo que me habrían insertado los forceps por donde mi espalda pierde su casto nombre.

Les contaba que me encontré con una pareja conocida, quienes habían tenido su bebé el mismo día que nosotros aunque la criatura estaba un poco debilucha y bajo observación médica. Cómo se llama vuestro bebé?, les pregunté con genuino interés de padre primerizo. “Aún no tiene nombre”, respondieron. Y cuando os dirigís a él, cómo le llamáis? “Ello (It)”.

Por el amor de los caballeros del santo sepulcro y la virgen de la cuenca del Guadalquivir, pensé para mis adentros. Le llaman “Ello” al bebé. Parece el nombre de la nueva fragancia de Calvin Klein. El neonato va a tener que recibir tratamiento psicológico en cuanto pueda articular dos palabras seguidas.

Para mi sorpresa, no era el único caso en el hospital, así que llamé a Darren, mi wikipedia personal para usos, asuntos e idiosincracia británica. “No es que esté criticando vuestras costumbres, querido, - le dije - pero manda huevos esto de no poner nombre a los recién nacidos”.

Parece ser que eso es relativamente normal en este país, me explicaba. Unos esperan ver la cara del nuevo retoño para ver a quién les recuerda y ponerle nombre, algunos confían en la inspiración del momento, otros pocos no se preocupan por el asunto… En fin, “de aquellos polvos, vienen estos lodos”

sábado, 19 de abril de 2008

Caracoles y cerdos

Se anunciaba como el programa que iba a poner la cocina española en el mapa, “dejando de ser el primo pobre de la cocina francesa e italiana”. A por ellos, que son pocos y cobardes. No hay como apelar al instinto patriótico para ganarse nuestro corazoncito.

La presentadora, una joven cocinera inglesa -con buen dominio del español aunque un poco chillona para mi gusto televisivo- recorre los pueblos de España visitando sus gentes y aprendiendo de sus costumbres culinarias para luego exportarlas al Reino Unido con un retoque al gusto británico.

Así, una viejecita almeriense le enseño a cocinar una paella de conejo y caracoles, un pastor castellano supervisaba cómo preparaba unas migas de chorizo y una recolectora de azafrán mostraba su particular receta de albóndigas en la cocina de su casa. Todo con una pinta riquísima. La primera parte se puede ver aquí y la segunda aquí (video clips de 10 minutos en inglés - aún no he encontrado la tercera y última parte en Youtube)

Entre otras cosas, el programa filmó la matanza del cerdo en un pueblo de Huelva y todo el folklore que rodeaba al evento. Tenían que ver las lágrimas que le caían a la periodista con los chillidos del puerco. Las viejecitas del pueblo removían la sangre del animalito en grandes barreños para hacer los chorizos y metían el dedo y se lo chupaban para comprobar cómo estaba de especies. La periodista flipaba en colores y supongo que al par de millones de espectadores que atrajo el programa se les ha quitado las ganas de probar un embutido español después de ver las entrañas del proceso productivo. Eso que se pierden.

Las imágenes me traían el recuerdo de un grupo de americanos poniéndose de embutidos hasta las cartolas en un bareto de Madrid hace ya muchos años. Una yanki preguntaba insistemente de qué estaba hecha la morcilla de Burgos que estaba engullendo glotonamente. El camarero esquivó cortésmente la pregunta un par de veces pero a la tercera no tuvo escapatoria… Vaya salto que pegamos los que estábamos allí cerca para que nos nos salpicara el vómito que sucedió a la respuesta.

domingo, 13 de abril de 2008

Penalti y expulsión

Al principio estábamos nosotros solos en la sala de espera del ala de maternidad del hopsital. Luego empezaron a llegar más embarazadas a punto de caramelo, con sus parejas y, tras una hora, aquel lugar estaba a punto de explotar, en todos los sentidos de la expresión.

Aparece entonces una muchacha que no creo que pasara de los dieciséis años, también embarazada, con evidentes signos de dolor, seguida de su noviete adolescente y la suegra. El chaval no sabía muy bien lo que hacer – como el resto de los varones que allí nos congregábamos, pero a él se le notaba más – y su mirada huía de todos aquellos que le acribillábamos con curiosidad. La suegra tenía cara de mala hostia y llevaba la voz cantante, como no podía ser de otra manera.

“Vaya penalti, criatura - pensé para mis adentros. Penalti y expulsión.” Lo que pasa por los calentones y las prisas que dirían los más amables, o por los beneficios sociales y las facilidades de acceso a la vivienda para los más desamparados, que dirían los más cínicos.

No sé porqué me sorprendí ya que el Reino Unido disfruta de la tasa de embarazo adolescente más alta de Europa Occidental (el doble que la de España, por cierto, aunque la mitad de la de EE.UU). Pasé trabajando cinco años en Bracknell (Berkshire), una ciudad notoria por la cantidad de jovencitas que, mientras sujetan el cigarillo con una mano y hablan por el móvil con la otra, empujan sus carritos de bebé con su bombo de siete meses. Vaya angelitos.

Al día siguiente, pululaba por los pasillos del hospital matando el tiempo cuando oigo detrás mío un “Eh, colega!”. Giro y, para mi sorpresa, era el el tímido zagal de la sala de espera. “Has tenido ya el bebé?” me pregunta y sin esperar respuesta se abalanza emocionado sobre mí y dice: “el nuestro acaba de nacer hace media hora”. Me da un medio abrazo sentido en una inusitada muestra de afecto británico y se despide diciendo “Suerte, colega”.

Aprovecha este rato de euforia, colega, porque en cuanto se te pase el subidón la suegra te va a poner firme.

domingo, 6 de abril de 2008

Pequeños dictadores

Más que un babero necesitaría una fregona para ocultar mi satisfacción paterna. La criatura de la foto está está dictando cuales son ahora las prioridades. Mira que apenas hace algo (nada, mejor dicho) pero el día parece que no tiene suficientes horas.

Prometo no dar (mucho) el coñazo con historias de bebé aunque, en el corto plazo, no voy a poder resistirme a relatar algunos capitulillos de mi estancia hospitalaria que daban bastante juego. Les iré contando poco a poco.