miércoles, 9 de enero de 2008

Para inglés ver

Estoy hacienda limpieza. No del cuarto de baño, que ya es hora, sino de tarjetas de felicitación de Navidad. Me tocan los cojones, hablando mal y pronto. Bueno, mejor será que matice, no vaya a ser que la suegra me eche los perros encima después de haberse currado una felicitación de mucha categoría y postín para quien esto escribe.

Por lo que siento profunda antipatía (nótese la infame hipérbole) es por las tarjetas de Navidad despersonalizadas, o sea, por aquellas que recibes del estilo “queridos pepe y maría, feliz navidad”, un garabato como firma y ya está. “Vago de siete suelas – pienso siempre. Para eso ahórrate el sello y la rama del árbol que has contribuido a podar.” Por no hablar de la capa de ozono y del deshielo glaciar. Pobres osos. Al menos, en España, las amistades suelen incluir una participación de un décimo de la lotería del Gordo de Navidad con la tarjetita y esa ilusión que te hace.

Es digno de mención la popularidad de las tarjetas de marras en el reino británico. Ya lo mencioné en otra ocasión, te descuidas y aquí te endiñan una tarjeta hasta cuando se te muere el perro. Así que llegan las Navidades y cada vez que voy de visita a una casa me dan ganas de llevar un ventilador conmigo.

Tienen las tarjetas de Navidad cuidadosamente expuestas en hilera sobre las encimeras y estanterías del salón, o colgadas de modo ornamental en las más diversas formas. Qué enternecedor. Cuantas más tarjetas pones en exposición, más amigos demuestras tener, aunque la mayoría estén rellenas con el pobretón “queridos pepe y maría, feliz navidad” (o felices fiestas, no vaya a ser que seas ateo o infiel y la navidad te importe dos pimientos).

La decoración me recuerda a esas estanterías de salón que tienen lomos de libros de mentira pero que aparentan ser bibliotecas. Saben cómo las llaman popularmente en Brasil? “Para inglés ver”.

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