Resulta que tenemos la inmensa suerte de que una eminencia mundial en esto del breastfeeding practica en Reading. O sea, que es como una Ronaldinho pero no del fútbol si no de los entresijos que rodean a la succión del pezón por parte de tres kilos y medio de carne con ojos. Alabado sea el señor.
Modestia aparte, yo asistía al taller / curso / sesión con esa sensación de que podía ser tanto el maestro como el aprendiz. No es que me considere un experto mundial en breastfeeding pero uno ya ha hecho sus pinitos. Tentado estaba de explicar cómo ordeñé una vaca por primera vez (en Rebollar de Ebro, dónde si no), pero tras el escaso éxito de mis explicaciones veterinarias en anteriores clases pre-natales decidí en esta ocasión hacer mutis por el foro. Aún así, contaré aquí una fracción de mi experiencia granjera.
Yo tiraba de las ubres con tesón pero allí no salía líquido alguno.
- Relájate – oigo que dice mi amiguete Raúl, vaquero en aquellos tiempos (ingeniero lácteo lo llamarían aquí.)
- Me lo estás diciendo a mí o la vaca? – respondí frustrado.
En fin, vuelvo al relato original y dejo aquí aquella experiencia adolescente, que parece que últimamente no paro de hablar sobre vacas .
Entonces dijo la mía “Me acompañarás al curso, no?” Me encanta la forma con la que el universo femenino camufla las órdenes en forma de preguntas. Faltaba más, cielo. El apoyo de la pareja es fundamental durante el embarazo, como ya sabrá el lector a estas alturas de la bitácora.
Llegado el día de marras, y minutos antes de encaminarnos al hospital, caigo en la cuenta que no he cumplido con el deber encomendado: comprar un muñeco. Nos habían pedido que lleváramos un muñeco para simular las prácticas y a mí se me había olvidado comprarlo, lo que se estaba traduciendo en una acalorada discusión doméstica… para estrechar los lazos conyugales, que dirían los expertos en la materia.
Haciendo honor a mi pasaporte, encontré la solución al problema: un tigre de peluche. Improvisación española con mayúsculas. Creo que había comprado el animalito en el “duty free” de un aeropuerto americano hace tres años. El tigre tiene un tamaño algo mayor que el de un bebé y un cabezón considerable, con lo que salvando su clasificación en un capítulo distinto del reino animal, podía pasar por un recién nacido a los efectos del jodido curso.
Así que allí nos ven, entrando por el hospital mi señora embarazadísima y yo con el tigre debajo del brazo. Abro la puerta de la clase, saludo con un hello con jota al grupito allí congregado y la cara de la experta mundial en breastfeeding al ver al tigre era todo un poema. No sabía si reir o llorar.
Media hora más tarde, en medio de las “prácticas”, empiezo a dar vueltas por aquella clase, abriendo y cerrando cajones.
- Le puedo ayudar en algo? – me pregunta la entendida, muy solícita ella.
- Busco una tijera.
- Para qué quiere una tijera?
- Es que los bigotes del tigre me hacen cosquillas.
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