viernes, 27 de julio de 2007

Premiando el buen servicio

En España, como en otros muchos países, la profesión de camarero es una profesión digna, no tiene una connotación social negativa, está renumerada razonablemente y se aprecia el trato cercano y amistoso del camarero con los clientes. Cierto es el hecho de que muchos emigrantes están paulatinamente ocupando el lugar detrás de las barras de los bares y restaurantes pero eso no creo que esté cambiando mucho la percepción y el desarrollo de la profesión.

En el Reino Unido, sin embargo, los camareros son considerados el estrato más bajo de la clase laboral, junto con los limpiadores y los ayudantes de cocina. Los salarios son muy modestos y, prácticamente, el que sirve para poco acaba de camarero. La consecuencia es la general mala calidad del servicio, la alta rotación del personal y, a veces, comidas que se convierten en pesadillas.

Hablando de restauración, hay un aspecto que cada vez es más complejo y cuya receta varía de país a país. Los quebraderos de cabeza vienen cuando al terminar la comida en un restaurante cualquiera uno pregunta: “Me dice lo que le doy, además de pena?”. Entonces queda calcular las propinas. Si dejas mucho, mal; si dejas poco se te ve como un tacaño. No hay como acertar.

La convención general parece ser que es añadir el 10% del importe total como propina. En Estados Unidos creo que ronda el 15% - 20% - una cifra inferior y te tildan de rata; en España, entre un 5% y 10% está bien. Dejar propina en Japón es rudo.

Con todo una de las cosas más irritantes es que te llega la cuenta y el servicio - 10% ó 12% - está cargado automáticamente. Sin preguntar y, en algunas ocasiones, sin merecerlo.

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