lunes, 2 de julio de 2007

Sobre buitres y águilas

Están de mudanza en Downing Street. Toni le deja el pisito a Gordon. Se marcha un escocés y entra otro. Curioso, cambia el gobierno pero no se convocan elecciones. En este país votamos al partido, no al líder, me cuenta Darren. No como vosotros, ignorantes, le ha faltado añadir. Así que el nuevo presidente (primer ministro) está nombrando nuevo gabinete ministerial y yo me entretenía pensando qué ministro me gustaría ser si, por una casualidad, sonara el teléfono y me ofrecieran un puesto en el equipo.

Ministro de Turismo, eso es. A ver si aprendo algo para exportarlo a la madre patria. Ya he contado más de una vez en estas páginas mi admiración por la habilidad que tienen los anglosajones para organizar un sarao de pago con cuatro piedras, un castillo medio derruido o un jardín temático. Les doy un ejemplo más.

Matamos un domingo reciente asistiendo a una
exhibición de cetrería. Ya saben, ese arte de amaestramiento de halcones, cernícalos y demás aves rapaces. Tuvo lugar en Maple Durham, a tiro de piedra de Reading, a orillas del Támesis (siempre el Támesis). Precio de la entrada: 6 libras (9 euros). Joder con estos águilas, pensé. Estuve a punto de soltar lo que un amigo le espetó a la vendedora de entradas del Zoo de Madrid hace más de quince años, alarmado por el precio de la entrada: “Señorita, por ese precio tengo derecho a llevarme un animal, verdad?”


Resulta que no era por la exhibición en sí sino, sutilmente, por la entrada a los terrenos y el derecho de visita a su mansión de quinientos años con olor a naftalina (testigo de varias películas de Hollywood - la más conocida “The Eagle has landed” con Michael Caine), a su muy bien conservado molino de agua y a su huerto mustio. Afuera, en un cuarto bien aprovechado se ofrece té y pastelitos, la tienda de regalos es la puerta contigua. Ni que decir tiene que volví a casa unos 20 euros más pobre aunque, eso sí, entretenido y satisfecho. Se imaginan la cantidad de rincones romanos, árabes, medievales, napoleónicos, etc en nuestra piel de toro que se podrían explotar pero que están abandonados de la mano de Dios? No sabemos lo que tenemos.

Sin ir más lejos, para comprobar lo que digo y ahora que se cumplen los ochocientos años de la publicación de ‘
El Cantar de el mío Cid’, sugiero que visiten Vivar (provincia de Burgos), pueblo cuna de El Cid Campeador, héroe medieval inmortalizado al cine por Charlon Heston y , que para sí quisieran en este país. No esperen ver tiendas de recuerdos o de productos gastronómicos típicos, ni parking de pago, ni visita a su casa restaurada, ni guía de audio recreando su vida, Vayan, vayan, que cuando hayan dado dos vueltas a la plaza del pueblo, verán que no merece la pena bajarse del coche ni para ver su solitaria estatua ni el pobretón cartel que anuncia el Km O de su ruta conquistadora hasta Valencia.

En fin, me temo que en muchos sitios sobran buitres y faltan águilas.

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