martes, 21 de agosto de 2007

Divina presencia

Esto de vivir en un islote tiene sus ventajas. Una de ellas es que uno acaba acostumbrándose a tomar un avión como quien toma un autobús urbano. Lo curioso es que te desean “buen viaje”. Me conformo con que lo tenga el piloto – suelo responder - porque si no, vamos jodidos.

A falta de experimentar aún aterrizajes forzosos o pérdida de presión en la aeronave, sólo hay una cosa que realmente me pone nerviosillo cuando doy con mis huesos en un avión: volar con una monja al lado. Y este domingo pasado, volviendo de una escapada al levante español, logré viajar con dos del ramo por el precio de una. Ave maría purísima (con pecado concebido), casi me da un patatús. No me pregunten a qué equipo (orden) pertenecían porque no me sonaban mucho los colores del traje. En realidad, parecían más bien el dúo arbitral.

Como les digo, me entra cierto desasosiego cuando comparto con las susodichas los espacios tan estrechos que nos brinda la aerolínea de bajo coste de turno. Amén de que nunca sé muy bien cómo dirigirme a ellas: hermana, madre, señora, señorita, churri, chati…? Así que procuro no hablar con ellas para no pecar de descortés.

He observado que cuando el avión empieza a acelerar por la pista, las monjas se persignan, lo cual me suele mosquear bastante porque siempre pienso que saben algo que yo no sé con eso de que tienen conexión directa con el jefe supremo.

Durante el viaje, se pasan todo el rato rezando y sobeteando un rosario. Por cierto, un rosario que a veces podría calificarse como arma blanca, que con menos herramienta he visto yo a Sylvester Stallone asfixiar a más de un malhechor. Una sor del pasado domingo también lucía un crucifijo que dudo mucho que hubiera pasado por el control de seguridad. Le mecía del pescuezo y en una de esas casi me abre la cabeza cuando fue a alcanzar su equipaje de mano. A ver cómo lo hubiera contado yo en casa, después de haber pasado un fin de semana inspeccionando la noche valenciana.

El avión aterriza y la monja musita “Gracias a Dios”. A dios??? A dios no lo sé, pero al comandante Jacinto Rodriguez, que así se llamaba el fenómeno que aterrizó aquella chatarra voladora en medio de la borrasca, le tendrían que haber levantado un monumento.

No hay comentarios: