viernes, 10 de agosto de 2007

Temerario al volante

Las ojeras en el personal eran evidentes y las resacas de órdago. En fin, que cada palo aguante su vela, que todo el mundo es mayorcito para atenerse a las consecuencias de los excesos.

Nos trasladan a una granja reconvertida en un complejo de aventura, nos dividen en seis grupos y empezamos una competición en dos turnos. El primero, durante la mañana, consistía en correr con una cuchara sujentado un huevo y otras tonterías al uso. El segundo turno, en la tarde, fue mucho más excitante. Se trataba de conducir tanques, todoterrenos anfibios, quads, tiro de escopeta, tiro al arco. Todo muy bélico, la verdad, para un servidor, quien en lugar del servicio militar hizo la prestación civil sustitutoria en una biblioteca municipal.

El momento estelar transcurrió en un pequeño circuito oval de asfalto donde había par de viejos coches
Mini Cooper preparados para la competición. Esta consistía en dar cinco vueltas de calentamiento y luego otra más cronometrada. Llega mi turno, me atornillo el casco y empiezo a dar vueltas al circuito como un descosido. Sería por la excitación del momento o por la adrenalina nublándome la razón pero empecé a dar vueltas y más vueltas sin atender a las cuentas. El supervisor del circuito no paraba de gesticular para que parara pero yo seguía a lo mío, con cara de velocidad. Llegó a sacar una bandera negra (según me contaron) pero ni por esas. Mientras tanto, mis colegas asistían a la escena boquiabiertos.

Al final, el tipo tuvo la mala idea de ponerse a pie de pista para obligarme a parar, justo cuando salía de la última curva perdiendo el control del coche. Recuerdan como saltan las panteras? Pues eso no es nada comparado con el brinco que pegó el pobre hombre una fracción antes de verse atropellado. La expresión de mis colegas rayaba en la verguenza ajena. El director general preguntaba con estupor quien era el enérgúmeno al volante.

Diez minutos más tarde, cuando me trasladaba a la zona de los tanques para poner mis manos de seda sobre uno de ellos, puede escuchar en el walki-talki de un empleado: “Hay un loco con acento extranjero que ha estado a punto de pasarme por encima. No se os ocurra dejarle solo”. Pero ya no había quien me detuviera.

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