jueves, 21 de junio de 2007

Con el permiso de su señoría

Continúo donde lo dejé ayer.

Hasta hace escasamente un par de años, las carreteras comarcales en el valle de Valderredible eran estrechas de cojones, con tan poco categoría que carecían de pintura y algunas, como la que llevaba a Rebollar, no aparecían en los mapas porque no pertenecía a la red nacional de carreteras.

Aquella madrugada de verano, la noche era cerrada, la temperatura agradable y había cantos de verbenas. La ruta vecinal parecía la Gran Vía de Madrid a medianoche con tanto reflectante de la autoridad y tantas lucecitas de colores. La Guardia Civil había organizado un control de alcoholemia y la hilera de coches serpenteaba a orillas del Ebro.

La Guardia Civil comparte con Elle MacPherson el sobrenombre de 'El Cuerpo'. Ahí se acaban las similitudes. En la España rural, los guardias civiles, normalmente hombres, conviven con los lugareños y son mirados con desconfianza y temor. Si el agente es del sexo femenino, su caza es más codiciada que la un cérvido de catorce puntas, de esos que se le ponen a tiro a su majestad el juancar para que solo tenga que apretar el gatillo y llevarse la cornamenta. En fin, vuelvo a lo que me ocupa, que me lío entre la realeza, las modelos y las faldas.

Éramos tres espíritus alegres en aquel Seat cuando vimos a un guardia civil dirigirse uno a uno a los coches que nos precedían indicando a sus conductores que pusieran pie en tierra para tomar la prueba de la alcoholemia. No había escapatoria. En eso que Oscar, nuestro conductor, deja a hurtadillas su posición al volante para sentarse conmigo en el asiento de atrás. Qué haces? Tú estás loco? – acierto a decir sorprendido. Tú cállate y hazme sitio – me responde. Tiene un plan, dice.

Llega el guardia civil a la altura de nuestro coche, que ya está provocando cierta retención al estar parado en la carretera. El bigotes nos enfoca con la linterna y se queda sorprendido al no ver a alguien al volante.
- Donde está el conductor de este vehículo? – pregunta solemne.
- Eso nos estábamos preguntando nosotros, mi señoría – responde Oscar - Salió en aquella dirección con una urgencia de vientre y aún no ha vuelto. Los mejillones le han debido sentarle mal.
Lo de “mi señoría” no era cachondeo, que el horno no estaba para bollos. Era un tratamiento genuino pero mal juzgado, nublado por el temor y el güisqui con coca cola.
El guardia civil movía la cabeza en negación. Qué habré hecho yo para merecer esto, parecía pensar.
- Hay que mover este vehículo de aquí puesto que está obstaculizando el flujo circulatorio – Alguno de ustedes tiene una licencia de conducir?
- Yo mismo, mi señoría – responde Oscar, el verdadero conductor, desde el asiento de atrás con la seriedad propia de las circunstancias.
- Pues venga, apresúrese al volante y avance.

Y el verdadero conductor volvió a su asiento al amparo de la autoridad – o de su señoría, como ustedes prefieran – arrancó el Seat y, cuando sobrepasaba a los infelices que estaban soplando el tubito, tocó el claxon con regodeo.

De aquella nos libramos.

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