Leo que el 40% de los jóvenes españoles que utilizan el coche para salir de fiesta por las noches siguen bebiendo alcohol pese a tener que conducir después. En mis tiempos mozos, el porcentaje seguro que alcanzaba el 80%. Es más, creíamos que la destreza al volante mejoraba con alcohol en la sangre. También eran los tiempos cuando Steve Wonder protagonizaba una campaña publicitaria para la Dirección General de Tráfico, que convenció a pocos. Me preguntó por qué sería.
Durante mi vista a Praga hace unas semanas me encontré un amigo checo quien venía con un cabreo monumental del juzgado. Acababa de pagar una multa de 900 euros por dar positivo en un control de alcoholemia. Regresaba de una fiesta donde se había tomado cuatro cervezas y la policía le hizo un control de alcoholemia. La cuestión es que mi amigo conducía una bicicleta. No bromeo. Acaba de entrar en vigor una ley en la República Checa que prohíbe estar al mando de un automóvil, una bicicleta o un caballo bajo los efectos del alcohol. El juez simpatizó con él pero le dijo que tenía que aplicar la ley. Si hubiera montado un burro o un camello otro gallo le habría cantado. Vaya, cómo se las gastan por Centroeuropea.
Conté entonces al checo cómo un grupo de amiguetes eludimos un control de alcoholemia de la Guardia Civil en las cercanías de Rebollar de Ebro un verano de finales de los ochenta. Mañana continúo.
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