lunes, 11 de junio de 2007

La guerra de las barbacoas

Teníamos el enemigo en casa. La luz del atardecer disimulaba sus caras de acelga, su color blanquecino, sus ojos marcadamente profundos. Eran ellos, los vegetarianos. Como se lo cuento.

La temporada de barbacoas está en marcha y el buen tiempo es una excusa más para celebrar los cumpleaños al aire libre con un muslo de pollo asado en una mano y una lata de cerveza en la otra. Este sábado tocaba tirar de las orejas a Paco, sevillano meteorólogo. Otro sevillano oficiaba de asador y los choricitos, trozos de pollo y hamburguesas de ternera, todo comprado con buen ojo, empezaban a tomar un saludable color.

Oficio de camarero, alargo la bandeja con las viandas entre el tumulto y van surgiendo los primeros “No gracias, soy vegetariana”, “Yo tampoco”, “Paso”. Me empiezo a mosquear. O yo estoy en la fiesta equivocada, o ellos saben algo que yo no sé. Entonces descubro que en un rincón de aquel jardín, de manera cas5 clandestina, humeaba otra barbacoa donde se sobreasaban zanahorias, pimientos, champiñones, etc. Esa barbacoa era para vegetarianos. Si llego a tener un chuletón de buey a mano los corro a chuletonazos por todo el jardín.

Recuerdo hace unos años cuando Claire, una compañera de piso en Edimburgo, me hizo un regalo por sorpresa: “Esto lo he comprado para ti. Espero que no te moleste.” Era una tabla de madera para cortar alimentos en la cocina. Claire era vegetariana y le molestaba que yo cortara la carne en el mismo sitio que ella usaba para trocear sus verduras y hortalizas. Estas entonces acababan contaminadas, según ella.

Puse la tablita a buen uso… Hizo buena brasa en una barbacoa veraniega.

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