jueves, 13 de septiembre de 2007

Sobre toros y príncipes

Algunos días la jornada laboral se prolonga para tomar una cervecita con los colegas. Ayer, después de un par de horas, sólo quedábamos cuatro y tres éramos compatriotas: una de Madrid, uno de Burgos, una danesa de Dinamarca y un servidor. Después de dar el manido repaso a los tópicos de nuestros países y alabar con reciprocidad nuestras respectivas civilizaciones, el aburrimiento empezaba a cundir en el ambiente.

“Quienes son tus reyes, reina?” – pregunto a la dinamarquesa con cierta maldad. Intenta recordar los nombres de su pareja regia durante un minuto largo pero no termina de acordárse. Desde luego, estos súbditos ya no son lo que eran. La de Madrid no pierde la oportunidad para fardar de la corona española, y qué moderno es el príncipe, que se casó con una plebeya. La conversación entonces desemboca en el asunto de siempre: los príncipes se deben casar con princesas o con plebeyas? Ellas se inclinan hacia el cuento de la cenicienta, mientras que el burgalés y este menda, por joder un poco, nos mostravos a favor de buscarle otro principito a los Alberto de Mónaco y compañía.

“La monarquía son como los toros de lidia”, se me ocurre decir. A la dinamarquesa se le erizó el bigote nada mas escuchar mis palabras - se te revuelven estos europeos del norte en cuanto les mentas los toros. Levanto las manos antes de que venga la acometida de la vikinga. “En cuanto los mezclas con otros de distinta raza, el astado ya no embiste, el animalito pierde su esencia y adiós a la tauromaquia. Pues con los reyes lo mismo: la sangre azul se diluye y ya no es lo mismo tener que bailar el agua a quien puede haber sido tu vecina del quinto”. La fémina disiente incrédula. Va a ser más difícil convencerle que poner una pica en su vecina Flandes.

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