viernes, 31 de agosto de 2007

No es lo que parece

Desde este verano ya no se puede fumar en los pubs ingleses. En ninguno, sin trampa y sin cartón, no como en España, donde complicamos la ley con restricciones de superficies mínimas y máximas para contentar a todos y al final todo se queda en agua de borrajas.

Aquí fueron muy cucos e introdujeron la ley en temporada estival para suavizar el impacto y minimizar las quejas. Les salió mal la jugada porque llevamos un veranito pasado por agua.

Tengo un amiguete francés, fumador y bebedor empedernido, que está muy contento con la nueva prohibición. Dice que no para de hacer amigos. Me explico.

El gabacho vive en un barrio alejando de su más íntimo círculo de amigos y no le gustaba ir a los pubs a beber solo. Lo que hace ahora es merodear por la entrada del pub local mientras se echa un pitillo. Otros tantos también están fumando fuera y piensan que el francés, como ellos, ha dejado a sus amigos dentro del pub para darse una dosis de nicotina al aire libre. Entonces empieza la conversación entre fumadores, luego vienen las cervezas, esto lleva a la apología de la amistad y, a veces, cierra la noche con el flechazo de cupido.

Como se lo cuento. “Dios les cría y ellos se juntan”.

martes, 28 de agosto de 2007

Envidia insana

No era una reunión de antiguos colegas de oficina pero casi. Quedaron bien documentadas en estas páginas las penas del personal en una empresa en venta. Muchos habíamos saltado del barco antes de ser empujados y cada uno había encontrado, con mejor o peor fortuna, un nuevo nidito laboral. Solo faltaba Dave, contable, por dar el pasito hacia delante y ahora nos entretenía con las buenas nuevas.

Entre cerveza y cerveza contaba que le habían ofrecido trabajo en una multinacional de prestigio, el doble de su salario actual y unas perspectivas laborales inmejorables. Que cabrón, pensábamos todos mientras le felicitábamos efusivamente. Además, dice orgulloso, las oficinas está en un edificio modernísimo, a cien metros de la estación de tren con servicio directo desde donde vive. Eso sí que es impagable por estos lares, tal como están de saturadas las carreteras y tan pobres las conexiones del transporte público. Qué cabrón tan afortunado, seguíamos pensando.

- Eso sí que es mala suerte, salta el que estaba más callado. A mí no me gustaría trabajar allí.
- Por qué no? – le preguntó Dave sorprendido. La oportunidad le parecía inmejorable.
- Por las vibraciones.
- No me jodas. Qué vibraciones?
- Las de los trenes pasando. Tú igual no lo notas, son imperceptibles, pero tu organismo sí y acaba destrozándote el sistema nervioso.
- Eso te lo estás inventado.
- Te dicen que no te preocupes, que tal y cual, pero a la larga lo acabas pagando.

Algún otro asentía con la cabeza. Dave se quedó patidifuso. Es un hipocondríaco exagerado y un poco inseguro. Lo que parecía un sueño empezaba a darle pesadillas. “Tengo que llamar a mi novia y contárselo”, se excusó dejándonos por unos minutos.

El resto nos volvimos hacia el incitador.
- Te has pasado un poco, ya sabes cómo es - le convenimos.
- No se merece un trabajo tan bueno. Además, le estamos haciendo un favor. No tiene ni puta idea de contabilidad y lo iba a pasar mal.

Desde luego, la envidia no es sólo patrimonio español.

viernes, 24 de agosto de 2007

Responsabilidad parental

Un chaval de 11 años murió el miércoles de un balazo en la nuca en un barrio pudiente de Liverpool. El disparo, a quemarropa, uno de tres, fue realizado por un chaval no mayor de 15 años quien se dio a la fuga en su bicicleta.

Todas las semanas hay una tragedia como esta en Inglaterra. Unos dirán que eso pasa todos los días en muchos lugares del mundo y que nadie se preocupa. Vale. Pero pasa aquí, donde la gente no pasa hambre y donde hay oportunidades para todos y el estado de bienestar, dentro de lo que cabe, funciona.

Todo el mundo se pregunta qué es lo que se puede hacer y muchos vienen con las mismas respuestas: ayudar la familia, fortalecer las comunidades locales, endurecer las leyes penales, gravar con más impuestos el alcohol, etc.

Alguien pedía reinstaurar la pena de muerte. Mal vamos si tenemos que recurrir a eso aunque, como todo lo que pasa en la distancia, es fácil mostrarse generoso. El día que a uno le toque verse en el lugar de esa madre que abrazaba a su hijo inerte en un charco de sangre y que aparecía valiente ante las cámaras de televisión para preguntar “por qué?”, ese día, digo más de uno pediremos estar en primera fila de la ejecución y poder apretar el botón.

Además de lo que lo la ley dicte para un asesino menor de edad, yo propondría que los padres de esa y otras ovejas perdidas cumplieran la condena en la cárcel. Treinta años de condena para el jabato si fuera un jabalí? A la trena con el padre y la madre, cada uno con la mitad de la condena a cuestas. Seguro que a partir de entonces, muchos pseudo-padres iban a empezar a tomar responsabilidad sobre la educación de su hijo, dónde y con quién se relaciona, cómo gasta la paga semanal y qué tal le va en la escuela.

martes, 21 de agosto de 2007

Divina presencia

Esto de vivir en un islote tiene sus ventajas. Una de ellas es que uno acaba acostumbrándose a tomar un avión como quien toma un autobús urbano. Lo curioso es que te desean “buen viaje”. Me conformo con que lo tenga el piloto – suelo responder - porque si no, vamos jodidos.

A falta de experimentar aún aterrizajes forzosos o pérdida de presión en la aeronave, sólo hay una cosa que realmente me pone nerviosillo cuando doy con mis huesos en un avión: volar con una monja al lado. Y este domingo pasado, volviendo de una escapada al levante español, logré viajar con dos del ramo por el precio de una. Ave maría purísima (con pecado concebido), casi me da un patatús. No me pregunten a qué equipo (orden) pertenecían porque no me sonaban mucho los colores del traje. En realidad, parecían más bien el dúo arbitral.

Como les digo, me entra cierto desasosiego cuando comparto con las susodichas los espacios tan estrechos que nos brinda la aerolínea de bajo coste de turno. Amén de que nunca sé muy bien cómo dirigirme a ellas: hermana, madre, señora, señorita, churri, chati…? Así que procuro no hablar con ellas para no pecar de descortés.

He observado que cuando el avión empieza a acelerar por la pista, las monjas se persignan, lo cual me suele mosquear bastante porque siempre pienso que saben algo que yo no sé con eso de que tienen conexión directa con el jefe supremo.

Durante el viaje, se pasan todo el rato rezando y sobeteando un rosario. Por cierto, un rosario que a veces podría calificarse como arma blanca, que con menos herramienta he visto yo a Sylvester Stallone asfixiar a más de un malhechor. Una sor del pasado domingo también lucía un crucifijo que dudo mucho que hubiera pasado por el control de seguridad. Le mecía del pescuezo y en una de esas casi me abre la cabeza cuando fue a alcanzar su equipaje de mano. A ver cómo lo hubiera contado yo en casa, después de haber pasado un fin de semana inspeccionando la noche valenciana.

El avión aterriza y la monja musita “Gracias a Dios”. A dios??? A dios no lo sé, pero al comandante Jacinto Rodriguez, que así se llamaba el fenómeno que aterrizó aquella chatarra voladora en medio de la borrasca, le tendrían que haber levantado un monumento.

viernes, 17 de agosto de 2007

Por cuenta de la casa

El pub tenía mejor pinta por fuera que por dentro, mezcla de modernidad y tradición. Vitrinas de madera almacenaban cientos de botellas de vino. “Dos pintas de cerveza y una sidra”, le pido a la rubia camarera de cara perdonavidas.

Pago religiosamente, me giro sobre mi mismo, avanzo medio metro y tropiezo solo. La botella de sidra rueda por el suelo y media pinta de cerveza se desparrama. Torpe que es uno. La camarera me mira de reojo en la distancia, detrás de la barra. No es asunto suyo, es mi culpa, debe estar pensando ella. Gracias, cielo, pienso yo.

“Are you okay (estás bien?)”, me preguntan condescendientemente un par de hombres contemplando el desastre desde la distancia. Me encanta el uso de este tipo de expresiones en este país. “I will try my best” es mi preferida. Es la versión educada del español “Ya veremos, pero igual es que no”.

Vuelvo a la barra y pido que me rellenen la mitad del vaso de pinta que he desperdiciado. Lo que más me jodía no era mi exhibición pública de torpeza, sino lo que presentía que venía a continuación, muestra del calor humano anglosajón. “One pound fifty, please” (una libra y media, por favor), rebuzna robóticamente la posadera.

Me preguntaba yo: qué le cuesta a esta mamífera darle un golpecito al grifo de la cerveza, esbozar una sonrisa, intercambiar un “aquí-tiene, qué-le-doy, no-se-preocupe, muchas-gracias , no-hay-de-qué” y aquí paz y después gloria?

Siendo regular de algunas cafeterías y muchos pubs en este santo país, recuerdo que me hayan invitado una vez solamente. Resultó ser un camarero de Granada, quien me servió un capuccino y dijo por sorpresa: “Este va por cuenta de la casa”. A tu salud, maestro.

Es este el tipo de cosas que uno realmente echa de menos.

miércoles, 15 de agosto de 2007

La teoría de la cuchara

Parecía que ingleses y españoles estábamos en un funeral, más que en una cena de cumpleaños en aquel restaurante español en el barrio rico de Reading. Y la guinda al postre la ponía quien se incorporó tarde, pidió una cerveza, declinó ojear el menú pero empezó a comer los restos de las tapas que aún poblaban la mesa. “Este no va a pagar”, pensamos varios en silencio, que a estas alturas de la vida ya sabemos de qué pie cojeamos cada uno y dónde más nos duele. Y aquel era un jeta a quien le duele cuando le tocan el bolsillo.

Perdido en esos y otros pensamientos me quedé embelesado mirando cómo el sujeto empuñaba la cuchara (una cuchara sopera, no de postre) con la que nos desposeía de nuestra comida. La sujetaba al principio del mango, muy cerca de la cabeza, de forma un tanto primitiva, como cuando quieres escarbar con fuerza en tierra dura. Entonces me vino a la memoria mi teoría de la cuchara.

Recuerdo cuando, hace cuatro años, volviendo de un viaje de negocios de un remoto lugar de los Estados Unidos, mi jefe se quejaba de que el director comercial al que habíamos intentando
venderle la burra era un tipo inescrutable, quien se hacía difícil adivinar por dónde respiraba. Entonces le comenté: “Te has fijado cómo agarraba la cuchara durante la comida?” Mi superior se quedó mirándome perplejo, como pensando: “Vaya pérdida de espacio y dinero que es este saco de carne español”.

No trataba de juzgar sus maneras al mantel, sino de interpretar un hábito que se aprende de muy pequeño y probablemente de forma inconsciente como es el utilizar los utensilios para comer. En un restaurante de copetín, aquel cliente también asía la cuchara de forma aparentemente rudimentaria y, no me pregunten porqué, aquello me sugería que el hombre se lo había currado mucho para llegar donde estaba, que no había nacido con un pan debajo del brazo (o con una cuchara de plata en la boca, como, hablando de cucharas, lo traducirían por estas latitudes). Viéndole usar la cuchara, se me antojaba que el tipo apreciaba el trabajo duro y las
cosas claras y el chocolate espeso.

No me extrañaba que por aquel entonces mi jefe, con su relamido acento de Windsor, su falta de contacto visual y su humor estúpido para muy inteligentes no congraciara muy bien con aquel guatemalteco de pasaporte norteamericano y directivo de una de las empresas privadas más grandes del país.

Por cierto, el de la cuchara de la celebración del cumpleaños abandonó la sobremesa sin pagar, como era previsible, aunque eso no creo que tenga que ver con lo otro.

domingo, 12 de agosto de 2007

La unión hace la fuerza

Supongo que muchos ya habrán visto este vídeo; aquellos que no, el rato (8 minutos) merece la pena.

Unos turistas americanos están de safari y graban cómo unos leones atacan a un búfalo pequeño. Luego un cocodrilo se suma a la cacería y al final viene toda la manada de búfalos al rescate del pequeñuelo y lo liberan. Impresionante.


viernes, 10 de agosto de 2007

Temerario al volante

Las ojeras en el personal eran evidentes y las resacas de órdago. En fin, que cada palo aguante su vela, que todo el mundo es mayorcito para atenerse a las consecuencias de los excesos.

Nos trasladan a una granja reconvertida en un complejo de aventura, nos dividen en seis grupos y empezamos una competición en dos turnos. El primero, durante la mañana, consistía en correr con una cuchara sujentado un huevo y otras tonterías al uso. El segundo turno, en la tarde, fue mucho más excitante. Se trataba de conducir tanques, todoterrenos anfibios, quads, tiro de escopeta, tiro al arco. Todo muy bélico, la verdad, para un servidor, quien en lugar del servicio militar hizo la prestación civil sustitutoria en una biblioteca municipal.

El momento estelar transcurrió en un pequeño circuito oval de asfalto donde había par de viejos coches
Mini Cooper preparados para la competición. Esta consistía en dar cinco vueltas de calentamiento y luego otra más cronometrada. Llega mi turno, me atornillo el casco y empiezo a dar vueltas al circuito como un descosido. Sería por la excitación del momento o por la adrenalina nublándome la razón pero empecé a dar vueltas y más vueltas sin atender a las cuentas. El supervisor del circuito no paraba de gesticular para que parara pero yo seguía a lo mío, con cara de velocidad. Llegó a sacar una bandera negra (según me contaron) pero ni por esas. Mientras tanto, mis colegas asistían a la escena boquiabiertos.

Al final, el tipo tuvo la mala idea de ponerse a pie de pista para obligarme a parar, justo cuando salía de la última curva perdiendo el control del coche. Recuerdan como saltan las panteras? Pues eso no es nada comparado con el brinco que pegó el pobre hombre una fracción antes de verse atropellado. La expresión de mis colegas rayaba en la verguenza ajena. El director general preguntaba con estupor quien era el enérgúmeno al volante.

Diez minutos más tarde, cuando me trasladaba a la zona de los tanques para poner mis manos de seda sobre uno de ellos, puede escuchar en el walki-talki de un empleado: “Hay un loco con acento extranjero que ha estado a punto de pasarme por encima. No se os ocurra dejarle solo”. Pero ya no había quien me detuviera.

martes, 7 de agosto de 2007

De vuelta al cole

Me había prometido a mí mismo que no iba a usar el nuevo trabajo como fuente de inspiración para esta bitácora pero ya se sabe que la tentación vive en el piso de arriba y lo que no es, no es y además no puede ser. Al fin y al cabo, uno pasa casi la mitad de su día preocupado por ganarse las lentejas rodeado de humanos y sus circunstancias, y estas y aquellos siempre dan mucho juego.

Vengo de pasar un par de días de “team building” o, como lo traduciría de forma más elaborado un diccionario español, de fomentar el estrechamiento de lazos personales con mis colegas para que nuestro entente laboral sea más productivo y satisfactorio. Desde luego, no hay como el idioma inglés para sintetizar las cosas de la vida.

El tema consiste en lo siguiente: se alquila un hotel majo -con spa, gimnasio, buenas vistas – se reunen setenta colegas que hablan de pájaros y flores, el superjefe muestra su lado más caritativo y femenino, luego viene el copeteo, la cena, la tajada, la divorciada acosando al casado, el director de turno bajándose los pantalones y gomorra y sodoma. Desde luego, no hay como un español para aderezar de cinismo las cosas de la vida.

La noche – que es lo que importa - era temática: school disco. Es decir, todo el mundo se viste como cuando en sus años escolares: ellos con pantaloncitos cortos, camisa blanca y corbata chica, elllas con faldas cortas, mucho maquillaje y accesorios coloridos variados. Yo, que tuve una infancia muy normal en pantalones vaqueros, no sabía muy bien qué ponerme y me decidí por unos pantalones largos de tela, camisa blanca y corbata. Aparezco en el salón de fiestas y la primera colega que se cruza conmigo me mira de arriba a abajo y exclama: ”Vaya, a los niños españoles los visten como banqueros”, a lo que yo respondo supervisandola de abajo a arriba y cuando de mi boca iba a salir un “Vaya, a las niñas inglesas las visten como putas” el sentido común (y la falta de alcohol) hicieron de la prudencia virtud y la sangre no llegó al río

Luego llegaron las serpentinas, el confeti, los azucarillos volando... En este tipo de fiestas no hay término medio: o se está dentro o se está fuera. Así que me decidí por lo segundo y y me retiré a mis aposentos con discreción, que una retirada a tiempo es una victoria.

Mañana continúo.

sábado, 4 de agosto de 2007

Tienes que aprender, gilipollas

La frasecita se me ha quedado grabada. Antecedentes: Gran Premio de Formula 1 en Alemania, Fernando Alonso intenta adelantar a Felipe Massa – quien ha liderado toda la prueba - los coches se tocan y finalmente el piloto español lo consigue y cruza la meta en primer lugar. Alonso se baja del coche eufórico, señala la parte dañada en la colisión a las cámaras de televisión y se marcha contento pero enfadado.

En la antesala de la entrega de premios los dos pilotos se enzarzan en una acolorada discusión y el brasileño le espeta: “Tienes que aprender”. Rayos, pensaba yo, cómo se atreve a decir eso si le acaban de dar una lección de pilotaje ern mojado. Será el brasilenio quien tiene que aprender.

“Siempre que ganas, haces lo mismo” - continuaba Massa – “Tienes que aprender, gilipollas”. Entonces entendí lo que pasaba. Acusaba a su contrincante de ser un mal ganador. Entendía que no había necesidad de poner en duda su deportividad de forma tan notoria por un lance de carrera, especialmente cuando había ganado el Gran Premio.

Convertirse en campeón del mundo no es tarea fácil pero ser un verdadero campeón está al alcance de pocos.