martes, 26 de septiembre de 2006

Visitando la campina inglesa

Como parte del programa de festejos en honor de mi queridisima suegra, ayer visitamos Tylney Hall, una extraordinaria “country house”convertida en hotel de lujo, parte de una vasta propiedad con bosques, lagos, jardines y su correspondiente fauna en medio de la verde campiña inglesa. Solo faltaba la caceria de zorros.

Hay que reconocer que, en general, los ingleses montan bien este tipo de cosas. Un parking, una mano de pintura, un poco de historia, unos folletos y la atraccion turistica ya esta montada. Mira por ejemplo Stonehenge, cuatro piedras en un circulo del diametro de una plaza de toros. Te lo venden como si fuera la obra sixtina de lo egipcios anglosajones. Una vez que llegas alli y has pagado los 10 euros de rigor, te quedas mirando las piedras como cuando las vacas ven pasar el tren. Decides darte otra vuelta al ruedo a lo Curro Romero, no vaya a ser que te hayas perdido algo, cazurro que tu eres. Pero ni por esas.

Uno siempre tiene la sensacion de que España esta llena de sitios y piedras tan antiguas o mas que aquellas, pero que mas bien las usamos para poner un camping o las reciclamos para reforzar el muro entre nuestra huerta y la del vecino. A ver si esta España plurinacional federalista y autonomista arrima el hombro porque muchas veces desprecia lo obvio, que parece que los romanos y arabes que se asentaron por siglos en una comarca eran distintos a los que poblaron la comarca vecina. Luego pasa lo que pasa, y si no que se lo digan a aquellos valientes
bomberos en Guadalajara.

En fin, vuelvo al Tylney Hall. El sitio es caro de la leche (7 euros por un cappuccino!) pero la visita merece la pena. Al menos no nos cobraron los paseos por la propiedad. Nos atendio una chica con acento latino. Debia ser italiana, puesto que se esforzaba en pronunciar las ultimas letras de cada palabra, al contrario que los españoles quienes al hablar ingles tenemos arrancada de caballo y parada de burro. La ultima vez que visitamos Tylney Hall nos encontramos con un camarero madrileño muy salado. El chaval nos contaba que le quedaban un par de meses en el pais antes de volver a Espana, a Canarias mas concretamente, para - entonces bajo la voz y miro a su alrededor - “ forrarme vendiendo pisos a estos cabrones”. Nos marchamos pagando la mitad y consumiendo el doble. Tipica muestra hospitalaria hispana.

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