viernes, 4 de mayo de 2007

Cerrando la puerta por fuera

Este corto capítulo laboral viene a su fin y en un par de semanas empieza otro nuevo. Entre medias, disfrutaremos de unos inmerecidos días de asueto por Gerona y Praga.

Acabo de rellenar el formulario-entrevista de salida donde piden tu honesta opinión sobre la empresa, la dirección, tu jefe, los colegas, el entorno de trabajo, etc. Ha sido una experiencia extraordinaria, casi religiosa, he escrito sin ponerme colorado. Mejor dejarlo así, que el mundo es muy pequeño, la vida da muchas vueltas y por la boca muere el pez.

Casualidades de la vida, el Festival de la Cerveza de Reading se celebra en una explanada a 200 metros de la oficina así que adivinen dónde voy a ir a llorar mis penas esta tarde. Mi única curiosidad es comprobar cómo van a transcurrir los últimos minutos de mi estancia aquí. Me explico.

La última vez que estuve en esta situación recogí mis bártulos, dejé las pertenencias de la empresa en el escritorio y me encaminé hacia la salida. El entonces mi jefe, hombre de pocas emociones, me estaba esperándo y me acompañó hasta la puerta principal. Agradeció mis cinco años de intenso esfuerzo y dedicación (juro que fue así) y nos deseamos mutua suerte. Qué bonito detalle – pensé – que me despida personalmente; en el fondo tiene su corazoncito.

Un par de días más tarde le relataba esto a un ya ex-colega y aún recuerdo su reacción.
- Qué ingenuo eres – me dijo. No te acompañó, te escoltó hasta la puerta siguiendo las normas de la empresa para con aquellos en su último día de trabajo. Así se aseguran de que, efectivamente, te vas y no te llevas algo que no es tuyo.

Ya me parecía a mí…

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