Calculo que en toda mi vida laboral habré asistido a dos mil reuniones inútiles. Dos mil y una contando la de esta mañana. Vaya coñazo de meeting, pensaba mientras recordaba que no había sacado la carne del congelador para cenar esta noche.
- Tenemos que tomar una decisión - me ha parecido escuchar, aún embuido en mis pensamientos domésticos.
- Votemos - suena otra voz.
- Quién está a favor? - oigo que dicen.
Joder, “a favor de qué?”, si llevo media hora sin saber de qué va esta misa, pienso para mis adentros con gesto compungido.
- Tú que votas? - me preguntan.
Mudo. Me quedé mudo. Mi silencio parecía interminable. En España pensarían que eres tonto; aquí el silencio se intrepreta como que estas pensando. Y no lo interrumpen. De repente noto una patadita en mis extrañas. Otra más fuerte, medio segundo más tarde. Ya está. El bebé está opinando. Una patada debe ser “sí”.
- A favor - digo
- Y sobre el nuevo plan?
Noto dos pataditas. De perdidos al río, me digo. Otros deciden tirando una moneda al aire.
- Esto no lo veo tan claro.
- Estonces todos estamos de acuerdo. Así da gusto – sentencia el líder del grupo.
Si es que los niños de hoy en día nacen muy listos, decía mi abuela. Eso espero, o acabo arruinando a la empresa en los tres meses que quedan de embarazo.
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