jueves, 7 de diciembre de 2006

Salvad a Willy

Aparecen nuevas caras en la oficina. Todas proceden, sospechosamente, de Recursos Humanos. Me presentan a mi nueva compañera como alguien “que nos ayudará con los despidos y todo eso, cuando llegue el momento”. Mi cerebro cambia automáticamente del modo simpático-y-cortés- a modo hijoputa-revienta-fiestas.

'Vive Dios que no venimos del mono, sino de la ballena’ - murmuro perplejo. Vaya proporciones descomunales y amorfas que gasta la chavala. Se asemeja a un contenedor de transporte marítimo garabateado con pintalabios. Me ha dicho su nombre pero ya no lo recuerdo, aturdido por el subidón de sangre. La bautizo como moby maersk. ‘Dale una oportunidad’ - siento que implora mi subsconsciente impregnado de enseñanzas sanviatorianas 'Al enemigo, ni agua' - dice mi parte mas vasca.

El contenedor se instala cerca, en la mesa contigua. Visualmente la tengo a 30 grados. Desparrama todo su armamento: bandejas portátiles, dos móviles, carpetas de trabajo con titulos siniestros como “bajas voluntaries”, “expedientes de empleo”, “sanciones” y una bolsa enorme de gominolas.

No ha hecho más que encender el ordenador y ya me está sacando de quicio. Sus uñas larguísimas - apéndices de unos dedos groseros - aporrean el teclado con un eco plástico que acojona. La escena rememora a una invasión nocturna de tarántulas en el parquet de un salon-comedor. Busco manuales caseros de polonio 210 en Google. Esto es la guerra y de momento gana ella.

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