Ayer tuvimos la comida navideña de empresa. Este tipo de celebración es uno de los días más esperados en el año laboral del Reino Unido. Tan notorios suelen ser los excesos que los periodicos llevan varios días publicando encuestas y articulos al respecto. A los casados/as yo siempre aconsejo que lleven su anillo nupcial bien visible, en el cartílago de las fosas nasales si es necesario.
Sin embargo todo resultó más civilizado de lo que había anticipado. Nos reunimos unos 60 en el Bel & Dragon, un restaurante pijillo al borde del canal. La empresa había pagado £30 (45 euros) por tres platos y una bebida por cabeza.
El tema de la comida eran los Oscars de Hollywood. Se organizó un quiz y un concurso de máscaras. Teníamos que llevar una máscara de alguien famoso. Aparecí con unas gafas de sol gigantescas en forma de corazón, un perrito de peluche sobresaliendo del bolsillo de mi camisa rosa. Una diadema con dos antenas que sostenían una foto de la Torre Eiffel y otra de un hotel adornaba mi cabeza. El audaz lector adivinará de quién se trata. O eso espero, porque la adivinanza fue tan sutil que nadie se percató de a quien pretendía imitar. Me abstengo de publicar fotos de este fallido intento de famoseo. Terminados los postres, el director general de la empresa y el de recursos humanos se ausentaron discretamente para ir al encuentro de los australianos. Para mi sorpresa, el resto de directores, incluido el mío, se quedaron disfrutanto de la sobremesa. “Alea jacta est” – pensé, siempre abierto a la teorías conspiratorias. Quedé convencido entonces que resultaba más prudente ignorar la sesión de pintas que venía a continuación y marchar a casa para redoblar los esfuerzos en la búsqueda del próximo trabajo. Y así fue.
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