lunes, 15 de enero de 2007

Una noche en el ballet

Mi proceso de culturización parece interminable y este sábado pasado dimos con nuestros huesos en, agárrate a la silla, la Royal Opera House de Londres para ver el Nutcracker (el Cascanueces), un ballet de dos actos con coreografía de Lev Ivanon y música compuesta por Tchaikovsky (Chaicosqui, en castellano). La repera, vamos.

La choza en sí no es un lugar muy saludable porque la entrada te cuesta un riñon y parte del otro – si lo traduzco a pintas de cerveza me voy a quedar abstemio para el resto del año – pero allá que fuimos, muy empirifollados porque a esos sitios hay que lucir alajas y trapos, no fueran a confundirme con el cateto artístico que mis poses desinteresadas pretendían encubrir.

A mediados del segundo acto mi curiosidad por el evento había sido satisfecha pero mi capacidad de concentración estaba seriamente deteriodada. No obstante había traido conmigo una distracción autorizada por los propietarios del local: unos prismáticos. En realidad, debía haberme traido un catalejo tal era la distancia que nos separaba con el escenario. Los míos parecían de caza mayor. Y allí me podeis imaginar, como un niño con un juguete nuevo, por momentos parecía un tarado, un
Mr Bean de la vida, con los prismáticos pa’arriba y pa’abajo, pa’la izquierda, pa’la derecha, mirando los escotes de las damiselas y las manos de los caballeros (que luego van al pan!). El repeinado sentado a mi izquierda estaba un poco nervioso con tanto cabeceo mío y algo preocupado no fuera a desgraciarle con los binoculares. Me pilló enfocándole a la bragueta pero es entonces cuando se dió cuenta de que la tenía abierta.

Mientras pasaba todo eso los bailarines correteaban y saltaban con una pierna mirando a Lugo y la otra a Albacete. El argumento de la obra es muy sencillo: unos niños atienden una fiesta de Navidad; una niña recibe un muñeco como regalo que es roto por su hermano; ella, desconsolada, sueña que todo se agiganta a su alrededor; aparecen soldaditos de juguete que pelean con ratones gigantes; el muñeco se convierte en príncipe y todos viajan al reino de los confites; la niña se despierta de su sueño y todos son felices y comen perdices. Para los no iniciados, el ballet es mudo, la música es la que habla... Menos mal que tuve la prudencia de leer de qué iba la película el día anterior en la Internet.

Y al final, el asesino es el mayordomo ;-)

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