martes, 30 de enero de 2007

El circo blanco

Me duele todo el cuerpo. Lo que se dice esquiar, más bien esquié poco, pero si cuento la cantidad de veces que bajé rebotando como un monigote descalabrado, amorticé el viaje. "Técnica tienes poca, pero le echas un valor…" decía uno que me vió bajar como una exhalación. "No es cuestión de valor - le respondía yo aún dolorido - es que no sé frenar."

Para los no iniciados, hay que aclarar que esto del esquí es una práctica muy punitiva. Primero, te calzas unas botas ortopédicas que te hacen andar como el malo de los westerns. Luego cargas con los esquíes y los bastones como Jesucristo con la cruz camino del telesilla, a donde subes vigilando desconfiado el cablecito del que se sustenta. Una vez en la cima no hay más huevos que bajar y te pasas más tiempo buscando tus esquíes después de la enésima talegada y rogando que nadie te pase por encima durante los diez minutos que tardas en volver a ponértelos. Jo, qué divertido.

Harto ya de tanta despropósito, alquilé los servicios de un instructor - Julio, un leonés entrado en años, compañero de mus del difunto y entrañable Paquito Fernández Ochoa. "Frena vitoriano!" me gritaba el jodío y yo descontrolado a tumba abierta, en línea recta, espantando a todo lo que se movía delante mío y encomendándome a la Virgen de los Semáforos. En una de esas - una de tantas - cuando iba rezando para que el desfiladero de Despeñaperros no se encontrara al final de curva, avisté la hilera de postes que delimitan la pista e, ingenuo, pensé en agarrarme a uno de ellos y quedarme allá asido, sorteando a la muerte. Fue agarrarme a uno, arrancarlo de cuajo y seguir pendiente abajo con ello en los brazos, ante la mirada atónita de los que por allí pululaban, hasta que me pegué la santa hostia. Vino gente a comprobar los desperfectos y alguno hasta sacó la una cámara de fotos porque la situación le hace gracia. Si lo sé, no vengo.

No hay comentarios: