viernes, 27 de octubre de 2006

Tarjetas de felicitacion

Nunca he visto mayor negocio que el de las tarjetas de felicitacion en este pais. Invitas a una pareja a cenar a casa y al dia siguiente recibes una tarjeta de agradecimiento. Te cambias de casa y antes de habitar la nueva morada ya has recibido una tarjeta deseandote buen comienzo. Todo muy anglosajon, me parece a mi. En la oficina es aun peor porque se juntan cumpleaños, jubilaciones, nacimientos de bebes, cambios de trabajo, bodas, etc. de un grupo mas o menos numeroso y la costumbre de marras puede hastiar hasta el mamifero mas social.

Las secretarias se encargan de recordar las fechas de felicitacion de los mandos; los jefecillos lo hacen de sus mandados. Que tienes un subordinado que te cae como una patada en las partes bajas? Pues a tragarse el orgullo. El procedimiento habitual consiste en escribir una dedicatoria y dejar una cantidad simbolica de dinero en un sobre grande (tamaño A4). Con la colecta se financia la tarjeta de felicitacion y un regalo. Los regalos mas comunes son corbatas, bufandas, bolsos y libros. El sobre va pasando de mesa en mesa – con disimulo si el objetivo del homenaje se encuentra a la redonda. Si no se le conocen gustos definidos, un vale de compra en Mark&Spencer es suficiente. Digamos que se dona entre una y dos libras por cabeza en cada celebracion estandard (un cumpleanios, por ejemplo). Ahi esta la “madre del cordero”. En oficinas donde las dichosas tarjetas no paran de circular, la donacion es una sangria a las finanzas personales de los mas racanos y, lo que empezo siendo un gesto generoso, termina convertiendose en la busqueda de la artimaña para no rascarse el bolsillo.

El truco mas frecuente es dejar caer unas monedas de muy poco valor con estrepito en el sobre, como demostrando generosidad. Generosidad sonora, si al caso. Otros dicen no tener “suelto” y entonces cambian su billete, por ejemplo de cinco libras por cinco monedas de una libra, pero no dejan ninguna de estas en el sobre. O sea, lo comido por lo servido. Los peores son aquellos que meten la mano en el sobre y echan unas monedillas a la vez que afanan con disimulo el billete de cinco libras. Tan real como la vida misma.

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