miércoles, 24 de enero de 2007

Manias

Ayer me invitó un colega a atender una reunión de trabajo en Londres, y allá que fui, como al perro que le sacan a pasear, para llevarle el maletín y rellenar los vasos de agua. Todo sea por cambiar un poco de aires. La reunión era multinacional: un sueco, una australiana, dos franceses, media docena de ingleses y el menda. Uno de los franceses, con bigote - lo que le confería aún más autoridad-, era quien llevaba la voz cantante y tambien contaba chistes “a la francesa”, que no hacían gracia a nadie salvo a mí porque yo los cuento igual de mal en inglés. Sólo intervine una vez en seis horas, para decir que “no” (que no quería más café) pero intentaba dar la impresión de enterarme de todo con rictus serio y medias sonrisas de aprobación cuando, en realidad, mi mente estaba en otras cosas como, por ejemplo, calcular si el programa de la lavadora habrá terminado cuando llegue a casa.

Hablando de nacionalidades, reconozo caer en el error de la generalización. Un día conoces a un turco y, si te cae bien, a partir de entonces todos los turcos son estupendos; que tienes un problemilla con un marroquí, todos los marroquíes son unos cabrones. En mi lista los italianos son unos chulos, de los chinos desconfío, los coreanos le dan a la botella, los alemanes son cabezas-cuadradas, los griegos están locos, los brasileños tienen mucho talento, los colombianos son buena gente, etc. etc. De los argentinos y franceses mejor no hablo, que tengo conflicto de intereses.

Vuelvo al tema de la reunión. Lo mejor de las seis horas de aburrimiento fue disfrutar del buffet abundante y diverso. Obvervé, como en múltiples ocasiones anteriores, que el inglés ante un buffet (gratis) es como un elefante en una cristalería: arrasa con todo (por mucha corbata que lleve al cuello). Ayer no fue una excepción. No digo que el resto de los mortales no haga lo mismo pero resulta curioso contrastar tal voracidad desmedida con su típica dieta de mediodía: una sopita o un mísero sandwich o un par de zanahorias y cuatro guisantes.

Lo prueban todo (y varias veces) menos el pescado cocinado con cabeza. Aún recuerdo vivamente una de las numerosas cenas de Navidad cuando una inglesa pidió merluza al horno y la pieza llegó completita. La cara de repugnacia de la sujeta era de impresión. Tapó la cabeza con una servilleta, le dio un par de bocados y pasó al postre directamente. Con la pinta que tenía!

2 comentarios:

Rebeca dijo...

No he podido evitar sonreir... por aqui arriba se comportan igual! El unico que come pescado en mi familia escocesa es Ian y porque yo le obligo, el resto dice que las espinas (y no hablemos de las cabezas!) les repelen!

En cuanto a lo de las nacionalidades, que dices de los españoles...?

El Cid dijo...

Mi experiencia es que nos tienen como perezosos ("maniana, maniana") aunque luego, cuando ven como trabajamos, nos valoran bastante.

Y nos ven como un poco gritones tambien.