Una de las positivas consecuencias (no hay negativas!) del exilo voluntario en la pérfida albión es el poso sólido de camaredería que queda entre los paisanos con los que uno ha llegado a compartir cuartel, mesa y mantel. Debe ser el “espíritu de Reading”, como lo bautizó un leridano.
Prueba de esto que digo es el reencuentro que organizamos cada año para recordar viejas historias de esta particular mili. En esta ocasión tocaba Barcelona, donde nos reunimos unas veinte almas de todas partes de España y parte del extranjero para disfturtar de las pujoladas de Toni, las dotes de convocatoria de Octavio, la catanalidad madrileña de Juanma, el aguijón verbal de mi tocayo canario y un largo etcétera que al anónimo lector le importará un bledo pero a los que siento es de recibo homenajear en esta crónica.
El fin de semana vivió muchos buenos momentos entre los que destaco una hora del domingo contemplando la ciudad condal desde el mirador Mira Blue del Tibidabo, diecisiete grados, cielo azul celeste, el mar al fondo mientras refrescabamos el gaznate con una cervecita. Hospitalidad catalana (con matices, sobre los que me extenderé en otro capítulo).
Le relataba esta postal hoy a un colega del trabajo y este me sorprendía diciendo: “Yo muchas veces me siento tentando de preguntarte qué leches hacéis en este país los españoles ”.
Manipulando el título de aquella película de Alfredo Landa de los setenta: “Vente pa’ España, Pepe”.
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