viernes, 9 de febrero de 2007

Orgullo torero

Me acaba de llamar una agencia de selección de personal porque les ha gustado mi currículum y quieren enviárselo a una empresa con la esperanza de conseguirme una entrevista. Ya me han alegrado el día, que se vislumbraba apático. La empresa está relativamente cerca, lo que es muy conveniente. Aún recuerdo la pesadilla de un largo viaje que hice hace años para una entrevista de trabajo

Viajaba en tren de Edinburgo a Birmingham. Nos desviaron a mitad del trayecto porque dos trenes habían colisionado en la misma ruta. Lo que en principio era un trayecto de cuatro horas largas se convirtió en ocho y, para entonces, llegué tarde a mi cita. Tan tarde era que no había trenes de vuelta a casa, así que tuve que buscar un hostal con lo puesto. Casualidades de la vida, la selección española de futbol jugaba contra Inglaterra en Birmingham y sólo pude encontrar un hotelillo de mala muerte en el quinto pino. Presencié la derrota de la rojigualda en el pub de aquel antro, tapándome la boca cuando tosía no fuera a ser que el acento me delatara.

A la mañana siguiente volví al centro para cambiar el billete de vuelta y llamé a la empresa para presentar mis disculpas. Estos, simpatizando con mis desventuras, accedieron a verme en el plazo de media hora. Mal acicalado, compré espuma de afeitar, una cuchilla y me metí en los baños de la estación de tren para prepararme. No esparaba encontrar allí un guarda de seguridad por lo que me metí en uno de los cubículos y me afeité con el agua de la cisterna del inodoro (desde entonces también me llaman MacGyver). Al salir, fue mirarme en el espejo y apreciar la carnicería que me había hecho y los hilillos de sangre que corrían por el cuello de la camisa. Rápidamente tuve que comprar otra atuendo y acudir a la entrevista con mas cuchilladas que El Lute.

El encuentro fue mejor de lo esperado, dadas las circunstancias, y al cabo de un par de semanas me llamaron ofreciéndome el trabajo. Lo rechacé porque ya me había compremetido con otra empresa, aunque siempre me quedó la satisfacción del deber cumplido en la batalla, supongo similar a la que siente el torero al que le han pegado una cornada y que sigue en el ruedo hasta dar la estocada final.

No se confunda el lector por el final feliz de aquella aventura porque, como con las historias de la puta mili, uno recuerda lo bueno y olvida rápidamente lo malo; que han sido muchas las negaciones (laborales) que uno ha recibido por los descendientes de San Pedro y no habría suficiente espacio en estas páginas para contarlas.

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