martes, 6 de febrero de 2007

Vacas y coches

Pasamos el fin de semana buscando coches de segunda mano. Cuando empecé este trabajo me asignaron un coche de empresa –esta práctica es relativamente normal en este país; más de un millón de coches de empresa circulan por las carreteras inglesas – pero como me “recolocaron”, dijeron que me quitaban el coche aunque me lo dejaban tres meses más para que me acostumbrara al disgusto.

Tres meses después, decidí tentar a la suerte, no devolver el coche, y así comprobar cuándo se darían cuenta vistos los despropósitos que imperan en esta organización. Y en efecto, nadie se percató hasta que al nuevo jefe supremo se le ocurrió seguir recortando gastos y entonces apareció mi nombre, todavía en la lista de los ‘con-coche’. “Recordaremos a Javier que el plazo ha terminado y le preguntaremos cuándo va a devolvernos el coche” – escribieron en un correo electrónico. Nótese la educación y falta de mala hostia. Así da gusto delinquir. Entonces alguien me preguntó por la devolución del coche y me dieron ganas de pedir Gibraltar a cambio. Pero me contuve, correspondí con mirada de póquer y sin darle importancia ni dando explicaciones dije: “El miércoles”. Esto es lo que llaman aquí ser un “brass neck”(o caradura, en castellano). He tardado ocho años en aprender la técnica y eso que hay muy buenos maestros por estos lares.

En fin, vuelvo a la historia del fin de semana. Yo miraba los coches, los rodeaba con atención como mirándolos al trasluz, y recordaba a Raúl “el rapid”, antes vaquero y ahora albañil, cuando en sus tiempos de ordeñador de vacas me decía: “Ves ésta? Pues vale medio millón de pesetas”. Y yo, adolescente aún, miraba a la vaca, sus cuatro patas, dos cuernos, rabo y unas ubres del copón y me parecía igual a las otras veinte vacunas que apestaban aquella cuadra. Pues con los coches, igual.

Al final nos decidimos por la vaca con más papeles en regla y el vendedor que parecía menos mentirosillo.

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