martes, 27 de febrero de 2007

Por verbigracia (segunda parte)

Continúo donde lo dejaba ayer y me pongo el sombrero de experto sociólogo de la COPE con la vanidosa esperanza de sentar cátedra.

Tanto en España como en el Reino Unido la educación obligatoria llega hasta los 16 años y los estudios universitarios empiezan a los 18. A partir de ahí, empiezan las diferencias.

Desde el día que un jóven inglés entra en la universidad, éste contrae una deuda con el banco, quien financia sus estudios, alojamiento y manutención (a tipos de interés benignos). El jóven termina los estudios, consigue su primer trabajo y es entonces cuando empieza a pagar el préstamo en cuotas mensuales al banco. De ahí que muchos estén en números rojos por varios años, haciendo malabares con sus finanzas. Ocasionalmente, los padres puede que le “echen una mano”. Digo “ocasionalmente”.

Aquel que no entra en la universidad, consigue un trabajo en una tienda, un garage, un hotel, es conductor, albañil, etc. Entonces, ojo al dato, es práctica habitual que la familia le pida que contribuya con una cuota mensual a los gastos de la casa. El mensaje es claro: lavandería, cama, comida, etc. tiene su precio y el imberbe, que empieza a ser financieramente indepediente, debe pagar por las comodidades que le prestan. No es de extrañar tampoco que muchos prefieran salir de casa y compartir piso para gozar así de mayor independencia personal por, prácticamente, el mismo precio. Yo he vivido aquí con algunos de éstos.

Qué es lo que pasa en España? Lo sabemos todos, por experiencia propia o ajena. El universitario pasa unos cinco años estudiando, mayormente a cuenta del erario público, y disfruta del copeteo los fines de semana, la gasolina del coche y las vacaciones en Nerja a cuenta del sudor del padre de familia, la pensión de la abuela y las contribuciones del tío soltero que ocupa la habitación del fondo. Aquel que previó que la universidad le llevaría al desempleo, buscó trabajo, compró coche nuevo, abrió una cuenta vivienda y siguió disfrutando de las comodidades del hogar paterno con la abuela y el tío soltero.

En consecuencia, rizando el rizo de la simplificación de mi argumento, el jóven inglés aprende a defenderse antes y más deprisa de las vicisitudes de la vida, que a la fuerza ahogan, al contrario que su colega español, más acomodadizo y, a veces, indolente.

Me empiezan a zumbar los oídos: que los sueldos son bajos, el mercado de trabajo limitado y la vivienda muy cara en España? Excusas me parecen, pero no seré yo quien le ponga el cascabel a ese gato, que cada uno hace de su vida lo que le place y le da la real gana. Para moralinas ya tenemos al Papa.

Entonces, todo esto les hace ser mejor a los polluelos de la pérfida Albión? Pues no exactamente, que toda moneda tiene su cruz y de aquellos vientos vienen hoy estas tempestades. Pero esto lo dejo para el capítulo final de esta trilogía, que algo de caña habrá que darles.

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