martes, 13 de marzo de 2007

Al agua, patos (primera parte)

Uno de los primeros mensajes del nuevo mandamás de esta empresa (>5,000 empleados) cuando tomó posesión de su cargo fue la de llamar a todo el mundo la atención por lo que él percibía como una gran desorden en las oficinas, papeles por todos los sitios, etc. Quedaba claro desde un principio que no iba a ganar ningún concurso de popularidad.

Pues bien, meses más tarde ha mandado un par de sus secuaces a pulular por las oficinas para sacar los colores a aquellos “abusones del desorden”. Ayer nos visitó uno de ellos. Yo estaba en la fotocopiadora cuando el morlaco - rabicorto, astifino, con una ligera cojera en la pierna izquiera – de ahí le venía su sobrenombre: “el engaña-baldosas”- embestía con malicia y se ensañaba con una pobre chica, preguntándola que “qué diablos hacía aquel pato allí”.

Creo que nunca antes había mencionado que tenemos un pato gigante en la oficina. Un pato como aquellos con los que los niños juegan en la bañera, de plástico, pero este es enorme, con el número 55 escrito en un lado. No me pregunten la razón. Para mí, desde que llegué aquí, esta oficina venía con pato. Adjunto foto del ánade para aquellos incrédulos que suelen encontrar excesiva la creatividad en mis artículos.

Cada vez que paso cerca del animalito me viene a la memoria el chiste de los cazadores español y francés, cada uno en una orilla del río Ebro, aguardando el paso de un pato. Aparece uno, le disparan a la vez y el pato cae muerto al río. Ambos se tiran al agua, llegan al mismo tiempo, uno lo garra por la cabeza, el otro por las patas y se produce un tira y afloja. Tras un par de minutos de lucha, el español sugiere:
- Vayamos a tierra y resolvamos esto civilizadamente.
Vuelven a la orilla y cuando el francés pregunta si tiene alguna idea al respecto, mi paisano propone:
- Resolvámoslo de la siguiente forma: por turnos, uno le pegará al otro una patada en su partes nobles y aquel que no logre contener el grito de dolor pierde el pato.

El francés acepta el reto y el español, cogiendo carrera, le sacude una patada ahí donde más duele, que hace retorcerse de dolor a su contrincante quien, valiente, contiene un alarido sin poder disimular las lagrimillas que le caían por sus mofletes.
- Ahora me toca a mí – dice el francés recuperado unos minutos más tarde.
- Mira, mejor quedate tú con el pato, porque para qué nos vamos a pelear por esta tontería – responde el español.

Mañana sigo con lo que pasó al pato de plástico.

No hay comentarios: