Pues bien, meses más tarde ha mandado un par de sus secuaces a pulular por las oficinas para sacar los colores a aquellos “abusones del desorden”. Ayer nos visitó uno de ellos. Yo estaba en la fotocopiadora cuando el morlaco - rabicorto, astifino, con una ligera cojera en la pierna izquiera – de ahí le venía su sobrenombre: “el engaña-baldosas”- embestía con malicia y se ensañaba con una pobre chica, preguntándola que “qué diablos hacía aquel pato allí”.
Cada vez que paso cerca del animalito me viene a la memoria el chiste de los cazadores español y francés, cada uno en una orilla del río Ebro, aguardando el paso de un pato. Aparece uno, le disparan a la vez y el pato cae muerto al río. Ambos se tiran al agua, llegan al mismo tiempo, uno lo garra por la cabeza, el otro por las patas y se produce un tira y afloja. Tras un par de minutos de lucha, el español sugiere:
- Vayamos a tierra y resolvamos esto civilizadamente.
Vuelven a la orilla y cuando el francés pregunta si tiene alguna idea al respecto, mi paisano propone:
- Resolvámoslo de la siguiente forma: por turnos, uno le pegará al otro una patada en su partes nobles y aquel que no logre contener el grito de dolor pierde el pato.
El francés acepta el reto y el español, cogiendo carrera, le sacude una patada ahí donde más duele, que hace retorcerse de dolor a su contrincante quien, valiente, contiene un alarido sin poder disimular las lagrimillas que le caían por sus mofletes.
- Ahora me toca a mí – dice el francés recuperado unos minutos más tarde.
- Mira, mejor quedate tú con el pato, porque para qué nos vamos a pelear por esta tontería – responde el español.
Mañana sigo con lo que pasó al pato de plástico.
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