lunes, 26 de marzo de 2007

Sobre humos y vapores

Dicen que el hombre es un animal social aunque, dada la cantidad de autistas sociales con los que tropiezo diariamente, a uno le da la impresión de que el arca de Noé hizo escala aquí para soltar sólo a los animales y se marchó con los humanos a otro parte. Hace un par de días tocó pelearse con uno de los animalitos en la sauna del gimnasio.

El mamífero en cuestión tiene los cuarenta largos, cara avejada y el pelo canoso cortado al uno. Está siempre tumbado en el mismo banco, ocupando bastante espacio, a sus anchas, como si la sauna fuera suya. Parece que está dormido pero no lo está; es que hace yoga. Eso del yoga debe ser la hostia.

El de Lucena y un servidor entramos al hervidero para sufrir un poco y, entre sudores, nos entreteníamos con lo de siempre: rajar. No parábamos de rajar sobre el estado de la nación, la novia del príncipe Guillermo, los cabrones de los mecánicos y la virgen en verso. Eso sí, con tono contenido y respetuoso, no como verduleras. Así fue como conocimos a Iñigo, el donostiarra, hace un par de meses, que un día nos oyó parlotear y se le alegró la tarde, que aquel sitio siempre parece un funeral.

En fin, en esas estábamos, pasando revista a la actualidad internacional, cuando el cuarentón rompió la paz del lugar abruptamente.
- Diez segundos, diez!!! – bramó girándose a nosotros.
- Qué pasa? Dónde hay fuego? – respondimos sobresaltados
- Diez segundos es el silencio más largo que haceis, lo llevo conometrando desde hace días. Aquí no hay quien descanse! No parais de hablar! - habló el hijo de la gran bretaña.

Vaya humitos. Ya nos habíamos percatado en días anteriores de que algún usuario no estaba muy satisfecho con nuestra diarrea verbal, supongo que con el añadido de que no entendía de qué hablábamos y, por ende, no sabía si también estábamos mentando a su madre - como ha sido alguna vez el caso, por cierto. Pero qué le vamos a hacer, tenemos sangre en las venas y no horchata.

Nos enzarzamos en una discusión tonta con el cuarentón mala-follá. Eso sí, enmascarada de sonrisas y buen rollito, aunque “entre col y col, lechuga”, que el tipo estaba ciertamente molesto y nosotros también íbamos camino de ello. Entró entonces más gente a la sauna y a todo el mundo le dió por opinar sobre el tema ante el enojo del yoguista, quien ya no pudo encontrar paz para volver a su mundo interior.

Me parece que empezaremos a ir a la sauna con más frecuencia. Sólo por joder, vamos.

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