jueves, 22 de marzo de 2007

Peldaños obscenos

Vengo de sufrir el amistoso acoso verbal de algunos colegas varones en el almuerzo, acusado de que los del continente somos “muy finos”. Aquí se habla del “continente” como sinónimo de “Europa” o, lo que es lo mismo, aquello que queda al otro lado del Canal de la Mancha. Aquí nosotros; allí Europa.

Hablaban con sorna y una pizca de envidia sobre lo que ellos perciben como la sofisticación continental: nuestros estilos de vestir, la cultura del vino, los modales en la mesa, el beber como acto social, etc. Así que allí me encontraba yo, defendiendo no sólo la rojigualda sino también las enseñas euopeas, incluida la italiana, que ya me jodía puesto que los transalpinos no gozan de gran reputación cuando se trata de actos bélicos, por muy bien que el Capitan Corelli tocase su
mandolina.

Llegamos, como se veía venir, al protocolo y la deferencia con las mujeres: cederlas el paso, sujetar la puerta, ayudarlas a poner el abrigo, etc. Estos han visto muchas películas. El debate se encalló cuando discutíamos quién debe ir primero, si el hombre o la mujer, cuando los dos están subiendo una escalera. Debe ir el hombre delante para no mirar sus piernas (o lo que asome) o, por el contrario, debe ir detrás para asistirla en caso de tropiezo o caída? No nos poníamos de acuerdo.


Así que después de la entretenida sobremesa, decidimos tomar el ascensor en lugar de las escaleras como suele ser nuestra práctica habitual, todos muy precabidos acerca de cómo juzgaría el rezagado nuestras piernas y traseros. Aquí mariconadas las justas. Llegó el ascensor y entré raudo ante las protestas de los no-europeos. “Tranquilas chicas – respondí con sorna. Antiguamente, el protocolo decía que el hombre debía entrar al ascensor el primero para comprobar que era seguro.” A fe que es cierto.

No hay comentarios: