miércoles, 11 de abril de 2007

Hagan juego, señores (segunda parte)

Decía ayer que la tea lady era arisca y dura de pelar. Llegaba a la empresa a las 14h., se colgaba su delantal, ponía el agua a hervir en una minúscula cocina e iba de oficina en oficina asomando la cabeza y diciendo: “Ready when you are” (todo listo cuando querais). Entonces bajábamos a la cocina y ella nos servía el té o café. Sabía de memoria los nombres de casi todos los empleados y su preferencia por una u otra bebida. Principios del siglo XXI, vivan las tradiciones.

El departamento donde yo trabajaba estaba formado por unos quince extranjeros: chinos, daneses, franceses, alemanes, griegos… y era evidente que la señora no nos tenía gran simpatía (ni nosotros a ella, todo hay que decirlo). Por una parte, se resistía a aprender nuestros nombres raros y, por otra, siempre se quejaba de que le pedíamos cosas complicadas. Por ejemplo, el francés quería “un café no muy cargado con una nubecita de leche y una puntita de azúcar” y la señora meneaba la cabeza con resignada desaprobación. “Malditos extranjeros”, seguro que pensaba.

La empresa, con el Director General a la cabeza, volcó todos sus esfuerzos en hacerle una despedida a la anciana señora a la altura de tan dedicado servicio. En el departamento “extranjero” se originó un acalorado debate: unos decíamos que la mujer se iba a emocionar durante el homenaje; otros, la gran mayoría, opinaba lo contrario. La tea lady era dura como una roca, decían. Entonces se cruzaron apuestas a ritmo de dos pintas de cerveza a una a que la mujer lloraba en la despedida. La definición de llorar nos llevó a un segundo debate. Al final acordamos que una lágrima cayendo por sus mejillas sería suficiente evidencia.

Llegó el día del homenaje y a las tres de la tarde de aquel viernes – todavía lo recuerdo como si fuese ayer – la expectación era fenomenal. Los extranjeros poblábamos la primera fila del informal semicírculo que formaban cincuenta empleados allí congregados. El director general sonreía con aprobación nuestro súbdito interés por formar parte de aquella celebración. La verdad es que nos importaba un bledo la señora; el morbo era la apuesta.

Empezaron los discursos y cuando le llegó el turno a ella, arrancó con decisión. Segundos después, sin embargo, empezó a tartamudear, los ojos entumecidos de emoción (aquello aún no contaba como llorar) y unas lágrimas como perlas acabaron deslizándose por sus mofletes. La euforia entre nosotros fue incontrolable. Gritos ahogados, palmadas en la espalda, manos estrechadas, sonrisas a tutiplén, mientras el resto de la empresa asistía con incredulidad a tal alboroto. La señora seguía su discurso a duras penas ante nuestras miradas de satisfacción, incluidas las de los perdedores de las apuestas. Nos faltó tiempo para abandonar el homenaje y abordar el pub de enfrente de la oficina. Inolvidable.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y digo yo... ¿Cómo que "Este es el país de las apuestas" si al final sois los extranjeros los que apostáis? :-))

Te leo hace ya algún tiempo porque tu blog me parece de lo más divertido. Además, yo dentro de poco me mudo también al UK por trabajo.

Saludos!

Javier dijo...

Gracias por tu comentario y suerte con tu aventura por este pais. Buen aterrizaje!