jueves, 18 de octubre de 2007

Alma caritativa

"Pero vas a parir aquí, en el NHS (el sistema de salud británico)???" - me preguntan mis paisanos con estupor.

El NHS es el
patrón más grande del mundo (1.3 millones de nóminas), por delante del ejército chino y los ferrocarriles indios. Es cierto que no goza de buena reputación en los medios de comunicación - cada dos por tres hay noticias sobre los que mueren por una u otra negligencia - pero los pacientes y usuarios que sobreviven se muestran generalmente satisfechos de su experiencia.

Hasta la fecha, sólo he tenido dos contactos de cierta importancia con el NHS y uno fue positivo y otro curioso. Paso a contar el primero y dejaré el segundo en el tintero.

Mi parienta no se encontraba bien y acabamos en Urgencias un sábado por la tarde-noche, que es el justamente la hora y el día menos idóneos para conocer las entrañas de un hospital en la Gran Bretaña.

El tiempo medio de espera hasta que a uno le preguntan qué es lo que le pasa suele sobrepasar las cuatro horas y aquello está inundado de deportistas lesionados, de borrachos ensangrentados, de vagabundos, de inocentes con la cara partida y un largo etcétera de damnificados. Todo un panorama. Se acuerdan de cómo transcurría la primera media hora de la película
Salvar al soldado Ryan (Save Private Ryan)? Pues parecido.

Yo mismo trabajé por una temporada en aquel entorno por estos lares y lo primero que me dieron fue una alarma de mano. En el caso de ser atacado, tenía que tirar de la cuerdecita de la alarma, aquello emitiría un sonido atronador y entonces los colegas vendrían en mi auxilio. Fue un trabajo muy reconfortante, como se podrán imaginar.

Así que allá estábamos los dos, en la sala de espera de Urgencias, con el casco puesto, acurrucados el uno contra el otro, a cubierto del fuego cruzado. En esas sale el enfermero jefe de su garita fortificada y cuando va a llamar al siguiente paciente, nos cruzamos las miradas y con un delicioso tono andaluz, me pregunta: “Pero qué hacéis vosotros aquí?” Coño, qué sorpresa, era un malagueño con el que coincidí una vez en una fiesta latina en Reading.

Le contamos nuestras penas, se vuelve a meter en su garita y segundos más tarde sale anunciando el nombre de mi costilla ante el estupor de la audiencia allí congregada y la protesta audible de nuestros vecinos de trinchera. Dios existe y es de Málaga, pensé mirando al cielo. Le escoltamos hacia el interior de la consulta en busca del médico y, antes de cerrar la puerta detrás de mí, estuve tentado de girarme y sacar la lengua a todos los presentes. Hooligans.

Si es que hay que tener amigos hasta en el infierno.

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