viernes, 12 de octubre de 2007

Moros en la costa

Dicen los muy mayores que siempre hay que tener bien presente de dónde venimos y por lo que hemos pasado para así apreciar en mejor medida lo que ahora disfrutamos. Me viene esto a la memoria después de encontrarme con un marroquí, cuyo nombre siempre me olvido y a quien entonces llamaré Mohammed.

Todavía recuerdo como si fuese ayer cuando ví a Mohammed por primera vez. Fue en una fiesta española en casa de unos amigos en Reading. El norteafricano, profesional cualificado, acababa de aterrizar de su reino a este otro con una mano delante y otra detrás. Despés de haberse bebido media lata de cerveza su cara dibujaba la misma sonrisa que la de Epi y Blas en Barrio Sésamo y cuando pasaba una ibérica por su lado, giraba la cabeza con estupefacción, como los buhos. Desde luego, no puede ser sano eso de que te prohíban probar la bebida y la carne por tanto tiempo.

Ha llovido mucho desde entonces y a Mohammed le ha tratado bien la vida en Inglaterra. Trabajo, estabilidad y aprecio, entre otras cosas.

Sin embargo, ayer se quejaba de que su contrato de informático expiraba después de cuatro años y “así no hay quien planifique una vida” y “quién sabe si conseguiré otro trabajo en seguida o tendré que esperar tres meses”.

También despotricaba porque le habían subido 100 libras la renta de la casa que compartía con un amigo. Por qué?, le pregunté ingenuo. “Por la oferta y la demanda”, me contestó mirándome con estupor. Le faltó añadir; “imbecil”. Vaya con el catedrático de economía moro. “La culpa – me decía con gesto serio – es de los polacos.” Asiento silencioso. “Ocho polacos se meten en una casa de dos habitaciones y pueden permitirse pagar más en conjunto. No hay derecho”

Joder cómo ha cambiado el cuento, dijo el lobo feroz ante el acoso al que caperucita le sometía.

Me contuve la diatraba. Pues ya sabes, Mohammed, lo que tienes que hacer: comprar un billete de avión de vuelta a Marruecos, que allí no hay tanto polaco, la estabilidad laboral está garantizada y seguro que se vive de puta madre.

Oir para creer…

No hay comentarios: