Recibo una llamada de un buen amiguete español, quien dejó Inglaterra hace varios años por mejores pastos. Trabajó en varios países europeos y acabó con sus huesos en Marruecos (otra vez Marruecos) currando para una empresa seria en un trabajo serio. Lleva casi un año al otro lado del estrecho de Gibraltar y anda más quemado que la Juana de Arco en el día de su barbacoa.
Parece ser que tiene una posibilidad, aún incipiente, de trabajar de nuevo en Inglaterra y me preguntaba cómo estaba el patio por aquí, después de haber pasado tanto tiempo fuera.
Le contaba cómo iba el barco británico, desde mi nada humilde punto de vista, y las buenas oportunidades que aún se preven en el horizonte. “Lo malo, ya sabes qué es…” y entonces tempiezo a contarle un rollo socio-psicológico sobre la limitada capacidad emocional de los indígenas locales, el malestar social de los adolescentes británicos, la desconexión con la famila… y la biblia en verso.
“Ya, ya – me interrumpe en seco. No me cuentes cuentos chinos. Ven y pásate una temporada por estas tierras, donde lo básico a veces prima por su ausencia, y ya verás cómo se te quita tanta tontería de la cabeza.”
Qué razón tiene y qué poco valora uno lo que le rodea hasta que deja de tenerlo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario